En el otoño de 1919, cuando los vientos del Pacífico comenzaban a traer las primeras lluvias a la península de Baja California, la pequeña comunidad de Ensenada experimentó uno de los episodios más perturbadores de su historia. La población, que apenas superaba los 2000 habitantes en aquella época, se encontraba concentrada principalmente en el área cercana al puerto, donde las casas de adobe y madera se extendían desde la bahía hacia las primeras colinas que marcaban el inicio del Valle de Guadalupe. Laura Esperanza Ortega Morales tenía 24
años cuando desapareció de su hogar en la calle Ruiz. una de las arterias principales que conectaba el centro del pueblo con los ranchos ganaderos del interior. Su casa, una construcción de adobe de una sola planta con techo de tejas rojas, se ubicaba exactamente en el número 123, en una esquina que daba hacia el arroyo seco que atravesaba el pueblo durante la temporada de lluvias.
El caso de Laura Ortega comenzó a documentarse de manera formal el 27 de octubre de 1919, cuando su esposo Joaquín Eduardo Salinas Herrera acudió a las autoridades municipales para reportar que su mujer no había regresado a casa después de tres días consecutivos, según consta en los registros de la alcaldía de Ensenada, archivados en lo que Entonces era una simple oficina administrativa ubicada en la plaza central.

Joaquín declaró que Laura había salido de casa el 24 de octubre por la mañana aproximadamente a las 8 con la intención de visitar a su hermana María del Carmen Ortega, quien vivía en una pequeña propiedad rural a unos 5 km al noreste del pueblo, siguiendo el camino que conducía hacia los viñedos de la misión. Lo que inmediatamente llamó la atención de las autoridades no fue tanto la desaparición en sí, pues no era inusual que las mujeres pasaran varios días en casa de familiares, especialmente durante las labores de cosecha o cuando había enfermos que cuidar. Lo que resultó profundamente inquietante
fue la reacción de Joaquín Salinas durante su declaración inicial. Según las notas del escribano municipal, el hombre parecía más preocupado por justificar su propia ausencia de casa durante esos tres días que por el paradero de su esposa. María del Carmen Ortega Morales, hermana de Laura, fue localizada y entrevistada el 28 de octubre.
Su testimonio, registrado en una declaración que se conservó en los archivos municipales hasta al menos 1962, estableció de manera categórica que Laura nunca llegó a su casa el día 24 de octubre. María del Carmen había esperado a su hermana todo el día, pues habían acordado previamente que Laura la ayudaría con la preparación de conservas de calabaza y chile para el invierno.
La casa de los Salinas Ortega se encontraba en un estado que los vecinos describieron como extrañamente ordenada cuando las autoridades realizaron la primera inspección el 29 de octubre. Joaquín había permitido el acceso sin mostrar resistencia alguna, pero su comportamiento durante el registro despertó suspicacias inmediatas. caminaba por las habitaciones señalando objetos específicos y explicando su ubicación con un nivel de detalle que parecía ensayado.
En la cocina todo estaba dispuesto, como si Laura hubiera terminado de preparar el desayuno y hubiera salido inmediatamente después. Dos platos limpios reposaban en el aparador. Las ollas de barro estaban perfectamente alineadas junto al fogón y no había rastros de comida sin recoger o tareas domésticas a medio terminar.
Sin embargo, varios vecinos confirmaron que Laura era conocida por su tendencia a dejar las cosas tal como estaban cuando salía de casa, especialmente si la ausencia iba a ser breve. El dormitorio principal presentaba una característica particularmente inquietante.
La cama estaba perfectamente tendida, pero sobre la colcha de algodón blanco se encontraba el vestido que Laura había usado el día anterior a su desaparición, cuidadosamente doblado y colocado en el centro exacto del lecho. Junto al vestido había un pequeño peine de care y un rosario de cuentas de madera que, según Joaquín, Laura llevaba siempre consigo cuando salía de casa.
Los zapatos de Laura, un par de botines de cuero negro con cordones, aparecieron alineados junto a la puerta principal, como si hubiera decidido cambiarlos por otros antes de salir. Joaquín explicó que su esposa había optado por usar sus zapatos de caminar, más cómodos para el trayecto hacia casa de su hermana.
Sin embargo, cuando se le pidió que mostrara esos otros zapatos, Joaquín no pudo localizarlos inmediatamente y su búsqueda por la casa se prolongó de manera incómoda durante varios minutos. La investigación inicial se centró en el camino que Laura debería haber seguido para llegar a casa de su hermana.
La ruta más directa la habría llevado por la calle Ruiz hacia el este, pasando por la antigua capilla de San Miguel, luego por un sendero de tierra que atravesaba una zona de matorral bajo y caácias antes de llegar a los terrenos cultivados donde María del Carmen tenía su pequeña parcela. Este camino era bien conocido por todos los habitantes de Ensenada y se consideraba seguro durante las horas de luz.
Sin embargo, presentaba una característica que preocupaba a las familias. Aproximadamente a mitad del trayecto, el sendero pasaba muy cerca de una serie de cuevas naturales que se extendían por las laderas rocosas de un pequeño cerro conocido localmente como la bocana. Estas cuevas habían sido utilizadas durante décadas como refugio temporal por viajeros y comerciantes, pero también tenían la reputación de servir como escondite para individuos de dudosa reputación.
El 30 de octubre, un grupo de búsqueda compuesto por voluntarios del pueblo y encabezado por el alcalde interino, don Sebastián Torres Mendoza, recorrió completamente la ruta hacia casa de María del Carmen. La búsqueda se extendió también a las áreas adyacentes al camino, incluyendo las cuevas de la bocana y los arroyos secos que bajaban desde las colinas.
En una de las cuevas más profundas, los buscadores encontraron evidencias de ocupación reciente, restos de una hoguera que no tenía más de una semana de antigüedad, algunos trapos que podrían haber sido utilizados como ropa de cama y varios recipientes de barro para agua.
Sin embargo, no había nada que conectara directamente estos hallazgos con la desaparición de Laura Ortega. Lo que sí resultó perturbador fue el descubrimiento en la cueva más alejada del sendero principal de lo que parecían ser marcas o arañazos en las paredes rocosas. Estas marcas formaban patrones que algunos interpretaron como intentos desesperados de comunicación, aunque otros las atribuyeron simplemente al desgaste natural de la piedra o a travesuras de niños que habían usado las cuevas como lugar de juegos.
Durante los primeros días de noviembre, la búsqueda se intensificó y se extendió hacia otras direcciones. Se exploró la posibilidad de que Laura hubiera decidido visitar a otros familiares sin avisar o que hubiera tomado una ruta diferente hacia casa de su hermana. Se entrevistó a comerciantes que transitaban regularmente por los caminos de la región, a trabajadores de los ranchos cercanos y a todas las familias que vivían en un radio de 10 km alrededor de Ensenada. Ninguna de estas investigaciones arrojó información
relevante sobre el paradero de Laura. Sin embargo, comenzaron a emerger detalles sobre la vida matrimonial de los Salinas Ortega, que pintaron un cuadro más complejo de la situación familiar. Joaquín Eduardo Salinas Herrera trabajaba como supervisor en uno de los almacenes del puerto de Enenada, donde se manejaba principalmente la carga y descarga de productos agrícolas que llegaban desde los valles del interior y se embarcaban hacia San Diego y Los Ángeles.
Su trabajo lo obligaba a pasar largas jornadas fuera de casa y frecuentemente debía viajar a los ranchos productores para coordinar las entregas. Varios vecinos mencionaron que durante las últimas semanas antes de la desaparición de Laura, Joaquín había mostrado cambios notables en su rutina.
Llegaba a casa mucho más tarde de lo habitual y en varias ocasiones había sido visto manteniendo conversaciones prolongadas con hombres que no eran reconocidos como residentes permanentes de Ensenada. Estos hombres, según las descripciones recopiladas, parecían ser trabajadores temporales o comerciantes ambulantes del tipo que frecuentaba la zona portuaria durante la temporada alta de actividad comercial.
Sin embargo, las conversaciones entre Joaquín y estos individuos se desarrollaban siempre en lugares apartados, generalmente cerca del muelle o en el área de los almacenes después de que terminara la jornada laboral regular. Laura Esperanza Ortega Morales había nacido en Enenada en 1895. hija de Evaristo Ortega Sánchez y Dolores Morales Vázquez, ambos miembros de familias que se habían establecido en la región durante la última década del siglo XIX.
La familia Ortega tenía una pequeña propiedad ganadera en las afueras del pueblo y se dedicaba principalmente a la cría de cabras y a la producción de queso que vendían tanto en el mercado local como a los comerciantes que transitaban por la región. Según los registros de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, Laura se había casado con Joaquín Salinas en junio de 1917 en una ceremonia que fue descrita en las crónicas sociales del pequeño periódico local como modesta pero alegre.
La pareja no había tenido hijos durante sus dos años y 4 meses de matrimonio, una circunstancia que, aunque no era inusual, había comenzado a generar comentarios discretos entre las mujeres mayores de la comunidad. La hermana de Laura, María del Carmen, proporcionó información adicional sobre el estado emocional de Laura durante las semanas previas a su desaparición.
Según su testimonio, ampliado en declaraciones posteriores, Laura había mostrado signos de ansiedad y preocupación que inicialmente atribuyó a problemas económicos en el hogar. Laura había mencionado a su hermana que Joaquín parecía estar involucrado en negocios que no comprendía completamente y que había comenzado a manejar cantidades de dinero que no correspondían con sus ingresos regulares como supervisor portuario.
Estas observaciones de Laura no se basaban en conversaciones directas con su marido, sino en pequeños detalles que había notado. nuevas prendas de vestir que Joaquín no podía explicar satisfactoriamente, comidas más abundantes y variadas en la mesa familiar y la aparición ocasional de objetos en la casa que no recordaba haber comprado.
El 5 de noviembre de 1919, las autoridades municipales tomaron la decisión de expandir la investigación más allá de los límites inmediatos de Ensenada. Se estableció contacto con las autoridades de Tijuana y con los representantes del gobierno territorial en Mexicali, solicitando información sobre mujeres desaparecidas en circunstancias similares o sobre actividades delictivas que pudieran estar relacionadas con el caso.
La respuesta desde Tijuana llegó una semana después y contenía información que cambió completamente la perspectiva de la investigación. Las autoridades tijuanenses reportaron la desaparición de al menos tres mujeres durante los últimos 6 meses, todas entre los 20 y 30 años de edad, todas casadas y todas desaparecidas en circunstancias que presentaban similitudes inquietantes con el caso de Laura Ortega.
En cada uno de estos casos, las mujeres habían desaparecido mientras realizaban trayectos cortos y familiares, siempre durante las horas de luz del día. En todos los casos, sus hogares habían sido encontrados en estados de orden que parecían artificiales o forzados. Y en todos los casos, los esposos habían mostrado patrones de comportamiento que las autoridades consideraron sospechosos.
aunque no suficientemente evidentes como para justificar arrestos. Más perturbador aún fue el descubrimiento de que estos casos parecían estar conectados con actividades de contrabando que operaban a lo largo de la frontera entre Baja California y Estados Unidos. La prohibición del alcohol en Estados Unidos había creado una red compleja de operaciones ilegales que se extendían desde los puertos del Pacífico hasta las ciudades fronterizas.
Y estas operaciones requerían de una infraestructura de colaboradores locales que con frecuencia incluía a trabajadores portuarios y supervisores de almacenes. La investigación sobre las actividades de Joaquín Salinas se intensificó considerablemente después de recibir esta información. Se descubrió que efectivamente había estado involucrado en operaciones de contrabando de alcohol hacia Estados Unidos.
utilizando su posición en el puerto para facilitar el movimiento de mercancías ilegales y para proporcionar información sobre los horarios y rutas de las patrullas oficiales. Sin embargo, lo que las autoridades no lograron establecer inmediatamente fue la conexión específica entre estas actividades delictivas y la desaparición de Laura. Las redes de contrabando por su propia naturaleza requerían de absoluta discreción y lealtad por parte de todos los involucrados.
La existencia de esposas que pudieran convertirse en testigos o que pudieran comprometer las operaciones representaba un riesgo significativo para la seguridad de toda la red. El 14 de noviembre, Joaquín Salinas desapareció de Ensenada sin dejar rastro. Su ausencia fue notada cuando no se presentó a trabajar en el puerto durante dos días consecutivos, algo completamente inusual en sus patrones de comportamiento previos.
Cuando las autoridades acudieron a su casa para interrogarlo sobre nuevos desarrollos en la investigación, encontraron la vivienda completamente vacía. No solamente Joaquín había desaparecido, sino que había llevado consigo todas sus pertenencias personales y una cantidad considerable de objetos de valor que pertenecían al hogar familiar.
La casa había sido vaciada de manera sistemática y cuidadosa, sin signos de prisa o violencia, como si la partida hubiera sido planificada con anticipación. En la cocina, las autoridades encontraron un sobre de papel manila que contenía varios documentos que Joaquín había dejado aparentemente de manera intencional.
Entre estos documentos se incluía una carta dirigida al alcalde de Ensenada, en la cual Joaquín admitía su participación en actividades de contrabando, pero negaba categóricamente cualquier conocimiento sobre el paradero de su esposa. La carta, escrita con letra clara y sin signos aparentes de alteración emocional, explicaba que Laura había descubierto sus actividades ilegales aproximadamente un mes antes de su desaparición y que habían tenido varias discusiones acerca de los riesgos que estas actividades representaban para ambos. Según la versión de Joaquín, Laurá había amenazado con denunciarlo a
las autoridades si no abandonaba inmediatamente su participación en la red de contrabando. Joaquín afirmaba en la carta que había decidido acceder a las demandas de Laura y había informado a sus contactos en la red de contrabando sobre su intención de retirarse.
Sin embargo, esta decisión había sido recibida con hostilidad y amenazas por parte de los líderes de la operación, quienes le habían hecho saber que su retiro no sería aceptado tan fácilmente. La carta concluía con la afirmación de que Joaquín había decidido huir de ensenada porque temía por su propia vida, pero insistía en que no tenía información sobre lo que había sucedido con Laura.
sugería que las personas responsables de la desaparición de su esposa eran las mismas que ahora lo amenazaban a él y pedía a las autoridades que concentraran sus esfuerzos en localizar e investigar a los miembros de la red de contrabando. Los documentos adicionales encontrados en el sobre incluían listas de nombres, fechas y cantidades de dinero que parecían corresponder a las operaciones de contrabando en las que Joaquín había participado.
También había varias cartas de individuos que no pudieron ser identificados inmediatamente, pero que evidentemente coordinaban las actividades ilegales desde bases operativas en Tijuana y San Diego. La investigación de estos documentos reveló la existencia de una operación de contrabando mucho más extensa y organizada de lo que las autoridades habían sospechado inicialmente.
La red incluía a comerciantes, funcionarios portuarios, trabajadores de almacenes, conductores de carruajes y propietarios de establecimientos comerciales en al menos tres ciudades diferentes. Sin embargo, cuando las autoridades trataron de localizar y arrestar a los individuos mencionados en los documentos dejados por Joaquín, descubrieron que la mayoría había desaparecido de sus residencias habituales aproximadamente al mismo tiempo que Joaquín.
Era evidente que toda la red había sido desmantelada de manera coordinada, posiblemente como respuesta directa a la desaparición de Laura y a la atención oficial que había atraído. Durante el mes de diciembre de 1919, las autoridades concentraron sus esfuerzos en localizar a María del Carmen Ortega, la hermana de Laura, quien se había convertido en la única fuente confiable de información.
sobre la vida personal de la mujer desaparecida. Sin embargo, María del Carmen también había comenzado a mostrar signos de extrema ansiedad y había expresado temores sobre su propia seguridad. En una declaración ampliada proporcionada el 20 de diciembre, María del Carmen reveló información adicional que había ocultado durante las entrevistas iniciales.
Según su nueva versión de los acontecimientos, Laura la había visitado secretamente en dos ocasiones durante las semanas previas a su desaparición, llegando a su casa por rutas indirectas y durante horas inusuales para evitar ser vista por otros miembros de la comunidad. Durante estas visitas clandestinas, Laura había expresado a su hermana temores específicos sobre su seguridad personal.
Había mencionado que creía estar siendo vigilada tanto en su propia casa como cuando salía a realizar tareas cotidianas en el pueblo. Estos temores no se basaban únicamente en sospechas vagas, sino en incidentes concretos que Laura había documentado cuidadosamente. Aura había notado la presencia repetida de los mismos individuos desconocidos en diferentes lugares donde ella se encontraba, en el mercado, cerca de la iglesia, en la plaza central y especialmente en las proximidades de su casa durante las horas de la tarde y la noche. Estos individuos nunca se
acercaban a ella directamente, ni intentaban establecer conversación, pero su presencia constante había creado en Laura una sensación de amenaza que se intensificaba día tras día. Más inquietante aún era la revelación de que Laura había comenzado a encontrar objetos extraños en su casa que no podía explicar.
Estos objetos aparecían en lugares donde estaba segura de no haberlos colocado y siempre eran pequeños y aparentemente insignificantes. Una piedra en la mesa de la cocina, una flor marchita en el alfizar de una ventana, un trozo de cuerda en el suelo del dormitorio. Laura había interpretado estos hallazgos como mensajes o advertencias, aunque no podía descifrar su significado exacto.
había comenzado a verificar y revisar obsesivamente el estado de su casa cada vez que regresaba de cualquier salida y había desarrollado rutinas elaboradas para asegurarse de que puertas y ventanas estuvieran debidamente cerradas. María del Carmen también reveló que Laura había mencionado conversaciones extrañas que había escuchado entre Joaquín y visitantes nocturnos en su casa.
Estas conversaciones se desarrollaban en voz baja y en un idioma que Laura no conseguía identificar completamente, aunque creía reconocer palabras ocasionales en inglés mezcladas con español. Las conversaciones siempre tenían lugar después de las 10 de la noche y se prolongaban durante horas. Laura había intentado escuchar desde el dormitorio, pero las voces se mantenían deliberadamente bajas y era imposible captar más que fragmentos aislados.
Sin embargo, el tono de estas conversaciones sugería tensión y desacuerdo, y en varias ocasiones Laura había escuchado lo que interpretó como amenazas veladas. El testimonio de María del Carmen proporcionó también detalles sobre el estado mental de Laura durante sus últimas semanas. La ansiedad constante había comenzado a afectar su capacidad para realizar tareas cotidianas.
Había perdido peso notablemente, dormía muy poco y mostraba signos de agotamiento físico y emocional que eran evidentes para cualquiera que la conociera. Laura había expresado a su hermana el deseo de abandonar en Senada y regresar a vivir con sus padres en el rancho familiar, al menos temporalmente, hasta que la situación se estabilizara.
Sin embargo, cuando había planteado esta posibilidad a Joaquín, él había reaccionado con una negativa categórica y con una vehemencia que Laura encontró alarmante. Joaquín había argumentado que abandonar en Senada en ese momento sería interpretado como una admisión de culpabilidad por parte de ambos y que atraería exactamente el tipo de atención que estaban tratando de evitar.
había insistido en que la mejor estrategia era mantener una apariencia de normalidad absoluta mientras las operaciones de contrabando se reorganizaban bajo nuevos liderazgos. La última conversación entre las hermanas había tenido lugar el 22 de octubre, apenas dos días antes de la desaparición de Laura.
En esa ocasión, Laura había llegado a casa de María del Carmen en un estado de agitación extrema, afirmando que había descubierto algo en su casa que confirmaba sus peores temores sobre las actividades de Joaquín. Laura había encontrado escondidos en un lugar secreto del sótano de su casa, varios objetos que no conseguía identificar completamente, pero que obviamente no pertenecían a las pertenencias familiares normales.
Entre estos objetos había ropas de mujer que claramente no eran suyas, joyas que no reconocía y lo que parecían ser documentos personales pertenecientes a otras personas. Más perturbador aún había sido el descubrimiento de lo que Laura describió a su hermana como un diario escrito por otra mujer.
Laura había logrado leer apenas algunas páginas de este diario antes de que el miedo la obligara volver a esconderlo en su lugar original, pero lo que había leído la había convencido de que Joaquín estaba involucrado en actividades mucho más siniestras que el simple contrabando de alcohol.
El diario parecía haber sido escrito por una mujer que vivía en condiciones de cautiverio o confinamiento forzado, y las entradas que Laura había alcanzado a leer describían tratamientos que interpretó como torturas psicológicas sistemáticas. La mujer que había escrito el diario mencionaba otros casos similares y se refería a una red de casas donde mujeres eran mantenidas contra su voluntad para propósitos que no quedaban completamente claros en las páginas que Laura había revisado.
Laura había planeado regresar al sótano para examinar más detenidamente todos los objetos encontrados, pero el miedo y la incertidumbre la habían paralizado. No sabía si podía confiar en las autoridades locales, especialmente considerando que las operaciones de contrabando aparentemente involucraban a funcionarios oficiales.
Tampoco estaba segura de poder confrontar directamente a Joaquín sin poner en peligro su propia seguridad. María del Carmen había aconsejado a su hermana que abandonara inmediatamente la casa y se refugiara en el rancho familiar hasta que pudieran decidir el mejor curso de acción. Sin embargo, Laura había expresado temor de que cualquier cambio abrupto en su rutina pudiera precipitar exactamente el tipo de reacción violenta que estaba tratando de evitar.
Las dos hermanas habían acordado que Laura regresaría a Casa de María del Carmen el 24 de octubre para planificar cuidadosamente los pasos siguientes. María del Carmen había propuesto que podrían buscar ayuda de las autoridades de Tijuana o incluso de las autoridades estadounidenses, quienes presumiblemente tendrían interés en desmantelar las operaciones de contrabando.
24 de octubre por la mañana, María del Carmen había preparado todo lo necesario para recibir a su hermana y para ayudarla a documentar apropiadamente sus descubrimientos. Había conseguido papel adicional para que Laura pudiera copiar las partes más importantes del diario encontrado y había planeado acompañarla de regreso a su casa para recuperar los objetos que servirían como evidencia.
Sin embargo, Laura nunca llegó a la cita acordada. María del Carmen había esperado durante todo el día y al caer la noche había comenzado a experimentar una ansiedad que interpretó inicialmente como preocupación normal por el retraso de su hermana. No fue hasta el 26 de octubre que se atrevió a acercarse a la casa de Laura para investigar la situación.
Cuando María del Carmen llegó a la casa de los Salinas Ortega, encontró a Joaquín en el patio trasero, aparentemente ocupado en tareas de jardinería que nunca había realizado anteriormente. Joaquín la recibió con una normalidad que María del Carmen describió posteriormente como forzada e inquietante y le explicó que Laura había decidido viajar a Tijuana para visitar a una prima lejana sin avisar previamente a nadie.
Esta explicación era inmediatamente sospechosa para María del Carmen, porque Laura nunca había mencionado tener familiares en Tijuana y además era completamente inconsistente con su carácter meticuloso y su costumbre de informar a su familia sobre cualquier plan de viaje por breve que fuera.
María del Carmen había intentado obtener más detalles sobre este supuesto viaje, pero Joaquín había evadido sus preguntas con respuestas vagas y contradictorias. Cuando ella había preguntado cuándo esperaba que Laura regresara, Joaquín había respondido que podría ser cualquier día, pero que estas cosas nunca se pueden planificar con exactitud.
La actitud de Joaquín durante esta conversación había confirmado los temores que María del Carmen ya albergaba sobre la seguridad de su hermana. Joaquín parecía estar actuando un papel y lo hacía de manera lo suficientemente incompetente como para que sus intenciones de engaño fueran evidentes.
Además, María del Carmen había notado que el patio trasero de la casa mostraba signos de excavaciones recientes que Joaquín no pudo explicar satisfactoriamente. El testimonio ampliado de María del Carmen fue proporcionado a las autoridades el 20 de diciembre, pero no fue sino hasta el 10 de enero de 1920 que se tomó la decisión de realizar una búsqueda sistemática en la propiedad de los Salinas Ortega.
Esta demora se debió en parte a la complejidad legal de obtener las autorizaciones necesarias para registrar una propiedad privada y en parte a la esperanza de que Joaquín pudiera ser localizado y interrogado antes de proceder con medidas más drásticas. La búsqueda en la casa de Laura y Joaquín comenzó al amanecer del 11 de enero y se prolongó durante 3 días completos.
Participaron en ella no solamente las autoridades municipales de Ensenada, sino también representantes del gobierno territorial y varios voluntarios de la comunidad que habían conocido personalmente a Laura. El sótano de la casa, donde Laura había reportado haber encontrado los objetos sospechosos, fue examinado con particular cuidado.
Sin embargo, no se encontró rastro alguno de los materiales que Laura había descrito a su hermana. El sótano estaba completamente vacío, exceptuando algunos implementos agrícolas básicos y recipientes para almacenamiento que parecían haber estado allí durante años. Las paredes y el suelo del sótano fueron examinados en busca de señales de excavaciones recientes o de espacios ocultos, pero no se encontraron evidencias de alteraciones significativas.

Sin embargo, los investigadores notaron que una sección considerable del suelo parecía haber sido nivelada y compactada de manera más uniforme que el resto, como si hubiera sido removida y reemplazada recientemente en el patio trasero, donde María del Carmen había notado signos de excavaciones durante su visita del 26 de octubre, los investigadores encontraron tres áreas distintas donde la tierra había sido obviamente removida y vuelta a colocar.
Estas áreas fueron excavadas cuidadosamente, pero los trabajos revelaron solamente restos de actividades domésticas normales, huesos de animales que habían sido consumidos como alimento, fragmentos de cerámica rota y desechos orgánicos en diversos estados de descomposición.
Sin embargo, en la excavación más profunda, los investigadores encontraron fragmentos de tela que podrían haber pertenecido a ropas femeninas. Los fragmentos estaban demasiado deteriorados como para permitir una identificación definitiva, pero su ubicación y el estado en que se encontraban sugería que habían sido enterrados intencionalmente. Junto a los fragmentos de tela se encontraron también varios objetos pequeños que podrían haber sido parte de joyas o adornos personales.
Entre estos objetos había un pequeño broche de plata. que María del Carmen identificó como perteneciente a Laura, aunque admitió que su identificación no podía ser completamente certera debido al estado de deterioro del objeto. La búsqueda en el interior de la casa se concentró especialmente en el dormitorio principal y en la cocina, las dos áreas donde Laura había pasado la mayor parte de su tiempo y donde era más probable que hubiera escondido objetos de valor o documentos importantes.
Sin embargo, estas búsquedas no produjeron hallazgos significativos. En una de las paredes del dormitorio, los investigadores encontraron lo que parecían ser arañazos o marcas hechas con algún objeto punzante. Las marcas formaban patrones que algunos interpretaron como intentos de escribir letras o palabras, aunque el deterioro de la pared hacía imposible una interpretación definitiva.
Los investigadores también examinaron cuidadosamente todos los objetos que Joaquín había decidido dejar en la casa cuando huyó de Enada. Estos objetos incluían muebles, implementos de cocina, ropas y algunos libros y documentos que aparentemente no habían sido considerados importantes para llevarse.
Entre los documentos encontrados había varias cartas que Laura había recibido de familiares durante los meses previos a su desaparición. Estas cartas no contenían información relevante sobre las circunstancias de su desaparición, pero proporcionaron una imagen más clara de su estado emocional durante ese periodo. En una carta de su madre fechada en septiembre de 1919, la madre expresaba preocupación por los cambios que había notado en la personalidad de Laura durante una visita reciente al rancho familiar. Según la carta, Laura había mostrado signos de
nerviosismo extremo y había hecho comentarios crípticos sobre secretos que era mejor no conocer. La investigación oficial del caso de Laura Ortega fue suspendida oficialmente el 28 de febrero de 1920. Después de más de 4 meses de búsquedas infructuosas, las autoridades concluyeron que aunque existían sospechas fundadas sobre la participación de Joaquín Salinas en la desaparición de su esposa, la ausencia de evidencia física definitiva y la fuga del principal sospechoso hacían imposible proceder con acciones legales
concretas. El expediente del caso fue archivado en las oficinas municipales de Ensenada con la clasificación de desaparición sin resolver, una categoría que se había vuelto desafortunadamente común en la región durante esos años de actividad delictiva intensificada en la frontera.
Sin embargo, la historia de Laura Ortega no terminó con el archivo oficial de su caso. Durante los años siguientes, su desaparición se convirtió en parte del folclore local de Ensenada y su memoria fue preservada a través de relatos que se transmitían entre las familias de la comunidad.
María del Carmen Ortega nunca se recuperó completamente del trauma de perder a su hermana en circunstancias tan perturbadoras. abandonó su pequeña propiedad rural y se mudó al rancho familiar, donde vivió bajo la protección constante de sus padres hasta su propia muerte en 1938. Durante los 18 años que vivió después de la desaparición de Laura, María del Carmen mantuvo la convicción de que su hermana había sido víctima de la red de contrabando en la que Joaquín participaba.
pero que los verdaderos responsables de su muerte nunca habían sido identificados ni perseguidos por la justicia. En 1935, María del Carmen proporcionó un testimonio final sobre el caso a un periodista de Tijuana que estaba investigando la historia de las operaciones de contrabando durante los años de la prohibición estadounidense. En este testimonio revelé detalles adicionales que había mantenido en secreto durante 15 años por temor a represalias.
Según esta versión final de los acontecimientos, Laura había logrado comunicarse con ella una vez más después del 24 de octubre, el día en que oficialmente había desaparecido. Esta comunicación había tenido lugar a traverso de un niño del pueblo que había llevado un mensaje verbal muy breve.
Dile a María que estoy en el lugar donde guardaban las cosas, pero que no venga a buscarme porque es demasiado peligroso. María del Carmen había interpretado este mensaje como una referencia a las cuevas de La Bocana, donde los contrabandistas almacenaban sus mercancías antes de transportarlas hacia la frontera. Sin embargo, el miedo la había paralizado y no se había atrevido a actuar sobre esta información hasta que fue demasiado tarde.
Cuando finalmente había reunido el coraje para explorar las cuevas, varias semanas después de recibir el mensaje, había encontrado evidencias de que alguien había estado viviendo allí en condiciones precarias, restos de comida, ropas abandonadas y lo que parecían ser intentos desesperados de enviar señales hacia el exterior mediante piedras acomodadas en patrones específicos.
Sin embargo, no había encontrado rastro de Laura y la sensación de presencia amenazante que experimentó durante su exploración, la convenció de que el lugar continuaba siendo utilizado por individuos peligrosos que no tolerarían intrusiones.
El periodista que recogió este testimonio final de María del Carmen, intentó verificar la información explorando personalmente las cuevas de la bocana, pero su investigación fue interrumpida abruptamente cuando fue amenazado por individuos desconocidos que le advirtieron que abandonara inmediatamente sus pesquisas. El artículo que el periodista había planeado escribir sobre el caso de Laura Ortega nunca fue publicado y sus notas sobre la investigación desaparecieron de su oficina en Tijuana durante un robo que las autoridades nunca lograron resolver.
En 1942, durante trabajos de construcción de una nueva carretera que conectaría en Senada con los desarrollos turísticos del sur, los trabajadores descubrieron restos humanos en una zona que anteriormente había sido inaccesible, aproximadamente a 8 km al noreste del pueblo, en dirección opuesta a la ruta que Laura habría seguido para llegar a casa de su hermana.
Los restos fueron examinados por las autoridades, pero las técnicas forenses de la época no permitían identificaciones definitivas. Sin embargo, varios objetos encontrados junto a los restos, incluyendo fragmentos de joyas y botones de ropas, eran consistentes con las descripciones de las pertenencias de Laura Ortega.
María del Carmen, que para entonces ya era una mujer mayor y enfermiza, fue invitada a examinar los objetos recuperados. Aunque no pudo proporcionar una identificación categórica, expresó la convicción de que al menos algunos de los objetos habían pertenecido a su hermana. Sin embargo, para ese momento, más de 20 años después de la desaparición original, las autoridades consideraron que era imposible establecer conexiones definitivas entre los restos encontrados y el caso de Laura Ortega. Los restos fueron enterrados en el cementerio municipal de Ensenada bajo
una lápida que simplemente decía desconocida 1942. Joaquín Eduardo Salinas Herrera nunca fue localizado por las autoridades mexicanas. Sin embargo, registros posteriores sugirieron que un hombre con nombre y descripción similares había sido arrestado en Los Ángeles en 1923. por participación en operaciones de contrabando de alcohol y que había muerto en prisión en 1925 en circunstancias que fueron oficialmente clasificadas como suicidio.
La red de contrabando que había operado en la región de Ensenada durante los años de la prohibición fue eventualmente desmantelada por completo, pero no antes de haber cobrado un número indeterminado de víctimas cuyas historias nunca fueron completamente esclarecidas. El caso de Laura Esperanza Ortega Morales permaneció oficialmente sin resolver en los archivos municipales de Enenada hasta 1968.
cuando una reorganización administrativa resultó en la pérdida o destrucción accidental de numerosos documentos históricos, incluyendo el expediente completo de su desaparición. En la actualidad, la única evidencia física que permanece del caso son las notas personales que María del Carmen mantuvo durante toda su vida y que fueron donadas al archivo histórico de Baja California por sus descendientes después de su muerte.
La casa donde Laura y Joaquín Salinas habían vivido fue vendida por las autoridades municipales en 1921 para cubrir deudas pendientes. La propiedad cambió de manos en múltiples ocasiones durante las décadas siguientes y ninguno de sus ocupantes posteriores reportó experiencias inusuales. Sin embargo, varios residentes de la calle Ruiz mencionaron durante años que la casa parecía mantener una atmósfera de tristeza que nunca se disipaba completamente, sin importar las renovaciones o cambios que se realizaran en la estructura. En 1965 la casa fue finalmente demolida para dar
paso a un desarrollo comercial moderno. Los trabajadores de demolición reportaron haber encontrado en los cimientos de la estructura original varios objetos enterrados que podrían haber sido pertenencias personales de los antiguos residentes. Pero estos objetos fueron descartados como basura sin ser examinados apropiadamente.
La historia de Laura Ortega se convirtió gradualmente en una leyenda local que padres y abuelos relataban a las generaciones más jóvenes como una advertencia sobre los peligros de involucrarse con individuos de reputación dudosa y sobre la importancia de mantener la vigilancia y la comunicación dentro de las familias.
Sin embargo, para quienes conocieron personalmente a Laura, su desaparición representó algo más que una simple historia de advertencia. representó la pérdida de una mujer joven que había tratado de hacer lo correcto en circunstancias imposibles y cuyo destino final nunca fue completamente conocido.
Los registros fragmentarios que sobreviven del caso sugieren que Laura Esperanza Ortega Morales fue víctima de fuerzas que estaban mucho más allá de su control o comprensión y que su historia personal se perdió en el contexto más amplio de la violencia y corrupción que caracterizaron esa época en la historia de la frontera entre México y Estados Unidos.
Hasta hoy, cuando los vientos del Pacífico traen las primeras lluvias del otoño a Ensenada, algunos residentes más antiguos de la comunidad mencionan que pueden escuchar en el silencio de las noches más oscuras sonidos que interpretan como ecos de voces que nunca pudieron contar completamente sus historias. Y tal vez en una región donde tantas historias permanecen sin resolver. Y tantas vidas se perdieron sin dejar rastro.
esa interpretación no esté completamente alejada de una verdad que prefiere mantenerse oculta en los lugares más profundos de la memoria colectiva.